Pensamiento político
Una Crítica del Centrismo
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La sociedad actual está definida por la crisis. Ésto lo podemos ver en cualquier ámbito: en el clima, la economía, la salud mental e incluso en la democracia. Está tan extendida que casi se ha convertido en la nueva norma. En medio de todo el caos, la política se esfuerza por seguir el movimiento, su campo de actuación está en permanente cambio y sus reglas hace tiempo que se echaron a perder. Han aparecido nuevas formaciones, se han metastatizado, cayendo luego en el olvido o habiéndose convertido en las nuevas normas a seguir - desarrollos a menudo sorprendentes y difíciles de comprender. Lo que sin embargo está claro, es que se ha establecido la polarización. Desde Bernie hasta Bolsanaro, de Modi a Make America Great Again, las voces que ahora se escuchan, los nombres que llenan las columnas de los periódicos, todo ésto nos recuerda qué tan amplio es el espectro político. Para muchos, es un panorama terrorífico, para otros, es un reinicio apasionante y necesario. Para el centro, como muestran los desarrollos en EEUU y UK, ésto bien puede significar la muerte.
Cada vez más dejados de lado, lo que un tiempo fue el árbitro de una política sensata y realista ha visto caer sus acciones y el centro del campo político ha sido poco a poco dejado en el abandono. De la forma en que Mehdi Hasan lo observó, ‘etiquetas como 'centrista' y 'moderado,' que el sentido común nos dice que deberían reflejar las opiniones de una mayoría… han terminado siendo aplicadas a aquellos que representan intereses y opiniones minoritarias‘. ¿Pero, por qué? ¿Cómo hemos llegado exactamente a este punto? ¿Y dónde, en caso de que exista, se encuentra el futuro del centro?
Una historia muy breve e incompleta
Al igual que los términos ‘izquierda’ y ‘derecha’, el ‘centro’, como orientación política, encuentra sus raíces en la Revolución Francesa y en la disposición de los asientos de la efímera Asamblea Nacional. Designaba a aquellos que se sentaban entre el alto clero y los ricos, quienes estaban a la derecha, y el bajo clero y las personas más pobres a la izquierda. Era ahí donde las ideas contrarias se reencontraban, eran mediadas, y (a veces) encontraban un equilibrio.
En los siglos siguientes, el ‘centro’ fue apropiado ocasionalmente como un modo de pensamiento y un adjetivo epíteto. Sin embargo, para un oído moderno y anglófono, está principalmente asociado a la política de los años 50 y 90. El presidente Dwight Eisenhowever fue uno de sus partidarios más entusiastas, comprometido con una política a la que llamaba ‘la tierra media: un gobierno social, aunque limitado, que despreciaba el comunismo. El primer ministro británico, Harold Macmillan, cuya carrera política se basó en un conjunto similar de principios que codificó en ‘The Middle Way’, también siguió su recorrido. Situado entre ‘el socialismo y el capitalismo puro‘, esta filosofía se sostenía por la convicción tenaz de que ‘la deliberación calmada y tranquila permite desenredar todos los nudos’.
Este periodo de supremacía terminó bruscamente en los años 60, cuando el centrismo fue víctima de las convulsiones políticas que azotaron occidente. En un contexto de contracultura y revolución, el carácter reflexivo por el cual era conocido, parecía rígido y alejado de la realidad. Consternados, sus partidarios se retiraron del poder, lamiendo sus heridas. Perderían apoyo durante un tiempo, obligados a observar cómo en ambos lados del Atlántico los altos cargos cambiaban entre izquierda y derecha. Margaret Thatcher recordará a los centristas su estatus reducido, incitándoles a ‘abandonar todas sus creencias, principios, valores y políticas’.
El surgimiento, en los 90, de partidarios de la ‘tercera vía’, Bill Clinton y Tony Blair, marcó el triunfante regreso y el advenimiento del periodo más célebre del centrismo. A pesar de que procedían de partidos nominalmente de izquierda, ambos se basaban en programas económicos que prometían limitar el gasto público y equilibrar los presupuestos. Barack Obama y David Cameron - sus sucesores ideológicos - más tarde tomarían el relevo.
¿Entonces, qué representa realmente el centrismo?
El centro se ha definido siempre por lo que representa, y, por lo tanto, ha evolucionado en función de tendencias políticas más amplias. A principios de los 60, estaba en contra de la izquierda antiguerra; en los 80 se opuso a Thatcher; y actualmente, en 2020, no puede soportar a Trump. Sabe bien lo que no es; pero menos bien lo que es. Ésto puede - como a menudo sucede - manifestarse en mensajes formulados negativamente que no se adecúen a los eslóganes pegadizos exigidos por las campañas electorales modernas. La promesa electoral de Joe Biden de ‘volver a la normalidad’, es ilustrativa - sin una visión prospectiva, no consigue acelerarnos el pulso.
A pesar de su estado indefinido, el centrismo se ha convertido en un sinónimo de moderación y triangulación, de trabajo en común. Sus recientes partidarios son generalmente fiscalmente conservadores, socioliberales, comprometidos con la apertura de fronteras comerciales, e, invariablemente partidarios de la ley y el orden. El académico Bo Winegard, ha intentado, de manera más explícita, codificar sus principios fundamentales en su ‘Centrist Manifesto’, afirmando que ‘el progreso político es alcanzado con prudencia, templanza y compromiso’, y recomendando evitar ‘cambios radicales que [pudieran] alterar un orden social razonablemente exitoso’ - las palabras ‘razonablemente exitoso’ son muy efectivas. Lo que nos lleva a la pertinente pregunta: en un mundo marcado por Trump, el Brexit, y el aumento de temperaturas, ¿qué papel, en caso de haberlo, puede esperar jugar esta amalgama de principios?
El centrismo actual
En el clamor del discurso actual, los centristas afirman ser la única escapatoria a las disputas y a la belicosidad. Son los únicos que pueden garantizar la vuelta a una política sensible, debido a que solo ellos se sitúan por encima de los mezquinos programas de los extremos; que hacen perder el tiempo; y a que son guiados, según Winegard, por un mantra de ‘cuidadosa consideración y lenta implementación’. De manera abstracta, y sin contexto, esta oferta suena convincente, de hecho, parece de sentido común. Aplicado al tiempo actual, sin embargo, sus lagunas son evidentes.
En primer lugar, los aspectos que trata el centrismo - moderación, cambio progresivo, etc. - pierde su atractivo durante las crisis. Debido a que en tiempos difíciles como éste, puede ser difícil distinguir las sugerencias de cambios pragmáticos de los intentos por preservar el status quo. Y para muchos, el status quo forma parte de la crisis - es un cómplice. Insistir en la existencia de equivalencias morales a ambos lados - una creencia centrista fundamental para el compromiso - ha suscitado igualmente la ira de aquellos que consideran que se trata de una posición privilegiada únicamente accesible a aquellos que se encuentran aislados de las consecuencias de las desigualdades y de la crisis climática. Sin esta protección - donde a un número de personas cada vez mayor se les priva - se deduce que su necesidad por un cambio sería mucho más urgente.
En consecuencia, las personas encuentran cada vez más seguridad en las promesas que reconocen la magnitud de la situación, sin importar lo extrema que sea, y que se comprometen a tomar medidas decisivas y transformadoras. Los llamamientos a ‘drenar el pantano’ y la demanda de una ‘asistencia sanitaria para todos’ demuestran este sentimiento, y le han ganado terreno a los dos extremos del espectro, ya que reconocen la gravedad de las preocupaciones de la gente y prometen abordarlas de frente. Que se trate de una alienación política generalizada o de preocupaciones sobre la asistencia médica, el lenguaje, y el compromiso implícito parecen apropiados a la gravedad de la situación.
Ésto es con lo que se encuentra el centrismo una y otra vez. Sobre los problemas actuales más grandes - endeudamiento de las generaciones, crisis inmobiliaria, la desigualdad creciente, la inseguridad laboral - cuestiones que amenazan la oportunidad, los sustentos, vidas incluso, sus proposiciones parecen insuficientes en términos de escala. ¿Cómo, por ejemplo, propone la política de moderación transferir la deuda de 1 billón de dólares americanos de los hombros de los millennials americanos? ¿Es incluso posible que la ‘lenta implementación’ de cualquier política pueda abordar la desenfrenada desigualdad que divide a las comunidades?
¿Y qué hay de la cuestión más importante de todas: el colapso climático? La amenaza que representa el clima es existencial y solamente puede ser afrontada mediante una acción radical, en el marco de una visión a largo plazo - ésto es ampliamente aceptado. Con lo peligrosamente mucho que hay en juego, confiar en una tradición política impregnada en una cultura de compromiso podría ser una temeridad. Para que el planeta sobreviva sobre una forma habitable, es necesaria una revisión, una revisión de la energía, de los sistemas de transporte, del consumo. A pesar de sus defectos, el Green New Deal (GND) fue un intento de hacer ésto, una legislación proporcionada a la magnitud del problema, una política climática informada por las demandas de los científicos de una movilización ‘guerrera’. Sin embargo, muchos centristas se opusieron a esta idea, Nancy Pelosi la calificó de ‘demasiado amplia’ y la Blue Dog Coalition de los demócratas habría preferido prohibir un déficit federal en tiempos de paz, haciendo que el GND, y toda una serie de programas de inversión redistributivos fueran imposibles.
Una decisión se impone
En medio de la polarización política y de la destrucción del planeta, el futuro del centrismo es incierto. Su incapacidad de formular respuestas coherentes a las mayores preguntas del momento lo ha dejado flirtear con la irrelevancia y no representa, según remarcó Hasan, nada más que intereses y opiniones minoritarias. Para garantizar su futuro, tiene dos opciones: hacer el doble de esfuerzo y continuar aplicando métodos antiguos sobre problemas nuevos, o reconocer las limitaciones que el propio centrismo se ha impuesto y empezar a pensar en grande. Ahora no es el momento de la precaución, sino de la acción asertiva. Perder esta oportunidad significa perecer.
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