La Epidemia de la Ansiedad
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Según se ha documentado recientemente en INOMICS, los estudiantes a lo largo del mundo se enfrentan a una crisis de salud mental cuyas proporciones no tienen precedentes. El columnista James Matthew Alston investigó el fenómeno, fijándose particularmente en las respuestas universitarias - sus conclusiones son una lectura difícil de digerir. Muchas instituciones se encuentran agobiadas, sus servicios de salud mental están mal preparados para afrontar a la creciente demanda. En consecuencia, a menudo se deja a los estudiantes sin tratar, en un estado precario de salud mental – una situación insostenible que, como las estadísticas muestran, puede acabar en tragedia. En una anotación más esperanzadora, Alston observó una apertura a las discusiones sobre la salud mental, una desestigmatización muy esperada, que ha facilitado la gradual aparición de iniciativas con el propósito de mitigar el problema, que podemos encontrar en todas partes del mundo, tal y como Nueva York y Mangalore. Aunque ésto sea una señal positiva, está claro que hay muchas más cosas por hacer – demasiadas personas jóvenes pasan por desapercibidas.
Que las universidades sean incubadoras de problemas de salud mental no es nada sorprendente. Adaptarse por primera vez a la vida lejos de casa y a la rigurosidad del estudio pueden ser especialmente estresantes. Cualquiera que haya estudiado recordará la inolvidable sensación de encontrarse rodeado de personas y no conocer a ninguna. Lo que para algunos puede ser una sensación, para otros puede ser agobiante. En cualquier caso, la asimilación de tal cambio rara vez es un proceso simple, y puede desencadenar o exacerbar una amplia serie de condiciones mentales, desde la ansiedad y la depresión, hasta la fobia social. Y ésto está ocurriendo con una mayor regularidad.
El aumento de la ansiedad
De entre estas condiciones, los casos de ansiedad han experimentado el mayor crecimiento. Actualmente, es la enfermedad mental más común en EE.UU y afecta a más de 40 millones de personas, la mayoría de las cuales son jóvenes adultos. Algo realmente preocupante es que la Anxiety and Depression Association of America (ADAA, Asociación de Ansiedad y Depresión de América) ha estimado que solamente el 36.9% recibe actualmente tratamiento, dejando a la mayoría de ellos sufrir solos sin ningún tipo de asistencia. Ésto es importante, la ansiedad puede ser extremadamente debilitante y en el peor de los casos puede ser una sensación insufrible. En caso de no tratarse, como evidentemente a menudo ocurre, puede actuar como un trastorno de ‘apertura’ – el aislamiento que causa puede llevar al abuso de alcohol y drogas, y a veces a la depresión. Un tratamiento rápido, exhaustivo y libre de estigma es, por lo tanto, algo imperativo.
¿Pero cuáles son exactamente las raíces de esta preocupante tendencia hacia la ansiedad? Desafortunadamente, hay multitud de ellas. Alston, por ejemplo, puso un fuerte énfasis en la alimentación – indudablemente un componente clave. Este artículo, sin embargo, analiza otros hábitos del comportamiento que el mundo moderno facilita; específicamente, el papel pernicioso que tienen las redes sociales, su infiltración en nuestras casas, nuestros bolsillos, y cómo, para muchos, se han convertido en la estructura que enmarca nuestras experiencias de vida.
¿Por dónde empezar?
El uso de las redes sociales está profundamente arraigado en la vida de los jóvenes de la llamada “Generación Z”, muchos de los cuales son estudiantes. Y debido a que lo están viviendo actualmente, tal dependencia tiene su precio. Habla con cualquier terapeuta cuyos pacientes sean jóvenes y te dirá que Instagram, Facebook y Twitter son ahora la perdición de su trabajo. Aunque las redes sociales puedan profesar estar llenas de buenas intenciones, se ha demostrado mediante extensos estudios empíricos, que producen un cóctel de rasgos de personalidad poco saludables, incluyendo una comparación excesiva con los demás, envidia, y un estado de ansiedad. La persistente cuantificación de nuestra humanidad, que sustenta la experiencia de las redes sociales, es ahora un aspecto arraigado de nuestras vidas. Cada acción, experiencia, o pensamiento se puede medir o juzgar por su inteligencia, interés, humor, o cualquiera que sea su propósito percibido. Casi inevitablemente, ésto lleva al incesante juicio de uno mismo, ya sea por haber fallado en alcanzar el ‘éxito’ en cargos anteriores, o quizás peor, por no haber logrado el ‘éxito’ de los amigos.
Un poco de competitividad social es relativamente benigno, inevitable e inherente al ser humano – mientras valoremos cualquier cosa, siempre surgirán jerarquías de algún tipo. Lo que sin embargo han hecho las redes sociales, es distorsionar nuestros sistemas de valores,
aumentar la obsesión con la que nos acercamos a estos sistemas, y fomentar la medición constante de estos valores como medio de evaluar nuestras vidas. De hecho, ha destilado la vida en un pequeño número de métricas, de manera más notable en el número de amigos y el número de “me gusta”. Mediante estas categorías, uno puede comprobar en cualquier momento y a clic de un botón, lo divertido, inteligente o popular que una persona es; para muchos, nada es suficiente.
Para poner ésto en algún tipo de perspectiva, los jóvenes de la Generación Z dedican en media, cuatro horas al día en redes sociales – y que ocurra ésto no es casualidad. La ‘economía de la atención’, de la cual Facebook, por ejemplo, forma parte, se basa en la cualidad adictiva de la plataforma. Cuanta mayor atención se pueda mantener en una página, mejor funcionará la página como espacio publicitario, y más se les podrá cobrar a los publicistas por poner su publicidad. Ya sea el botón “me gusta” de Facebook o el “en racha” de Snapchat, estas plataformas están diseñadas para liberar dosis de dopamina – el mismo químico secretado durante el sexo o el consumo de la cocaína – que mantiene a los usuarios enganchados volviendo por más. Que uno de los diseñadores del botón “me gusta” de Facebook restrinja el acceso de sus hijos a Facebook dice mucho de lo insidioso que este modelo de negocio puede ser. Los efectos de esta adicción generalizada están ahora visibles por todas partes, habiendo incluso transformado el comportamiento humano.
Cada vez más a menudo, revisar las redes sociales ha reemplazado a la interacción social real. A la hora de entrar en una sala, muchos querrán inmediatamente echar un vistazo a las redes sociales para evitar así una pequeña charla, potencialmente complicada, con los demás ocupantes. A la hora de tomarse un descanso de los estudios, en lugar de ir a pasar el rato con compañeros de estudio a menudo ocurre lo mismo. Este comportamiento conlleva sus consecuencias. Según ha informado Psychology Today, las conexiones sociales – en el ‘mundo real’ –sientan las bases de la confianza en uno mismo, y su deprivación puede tener efectos perjudiciales en la autoestima. En palabras simples, la gente pierde la práctica en la comunicación verbal y, cuando se enfrenta con una situación en la que es necesaria, le genera ansiedad.
El reinado del perfeccionismo
El mundo al que la gente entra cuando quiere ‘escaparse’, aunque pretenda ser real, o al menos un reflejo de la realidad, está lejos de serlo. Más bien, es una versión de la vida extremadamente perfeccionada e idealizada; un mundo de perfiles intensamente cuidados, caras sonrientes, y un sinfín de amigos atractivos. El desorden, la fealdad, y la imperfección de la verdadera realidad desaparecen – las características del ser humano. Simplemente con levantar la cabeza del teléfono y volver al mundo real hará que estos elementos vuelvan a llenar nuestras miradas, la monotonía de la vida de repente es más fuerte en comparación con la brillante e inalcanzable espectacularidad de nuestro mundo en las pantallas de nuestros teléfonos. La discrepancia entre estos dos realismos ha llevado a un perjudicial aumento en el perfeccionismo. Muchos han desarrollado expectativas de la vida imposibles, que operan junto con un crítico interior e insaciable que constantemente se pregunta por qué las cosas no coinciden con la falsa belleza de las redes sociales.
Desde un punto de vista científico, se ha demostrado que el uso excesivo de las pantallas - según nos exigen las redes sociales – libera hormonas del estrés que influyen en el sistema nervioso central. Ésto puede dar lugar a sensaciones de ansiedad y agitación, que interrumpen los patrones de sueño, creando un ciclo peligroso. En este caso, las personas jóvenes pueden quedarse atascadas en una rutina, incapaces de escapar de una existencia llena de adrenalina, un patrón que causa inevitables colapsos psicológicos – y colapsos físicos, cuando la adrenalina se agota – al igual que momentos de gran incertidumbre sobre uno mismo. Los jóvenes de la Generación Z, muchos de los cuales se han convertido recientemente en estudiantes, están viviendo la peor parte de esto. Además de enfrentarse con el estrés y los altibajos de la vida en el campus, lo están haciendo siendo el primer grupo de edad demográfico en crecer con las redes sociales.
¿Estamos sorprendidos?
Que este fenómeno haya aparecido en nuestra cultura es en muchos sentidos poco sorprendente. Desde los años 60 el consumismo ha entrado en todos los aspectos de nuestras vidas, tanto pública como privada. Los problemas, que se nos han sido inculcados, se pueden resolver por medio de simples adquisiciones. Ropa, electrodomésticos, comida, estilo de vida: éstos son fuentes de felicidad y realización; aquí es donde podemos encontrar satisfacción y placer. Desafortunadamente, de lo que muchos deben de estar dándose cuenta, es que no es tan fácil. Se pueden encontrar soluciones temporales, pagando cierto precio, pero una sensación de satisfacción más permanente a menudo permanece elusiva, siempre fuera de nuestro alcance. En lugar de ello, lo que se desarrolla es un deseo profundo, la idea de que la próxima compra será la clave. Y ahí se encuentra la adicción, la búsqueda interminable. Las redes sociales se basan en esta misma lógica, haciéndola aplicable a nuestra propia existencia: si la foto de perfil solamente tuviese 10 “me gusta” más, nuestra personalidad, y como consecuencia la autoestima, quedarían validadas. Esta manera de vivir es insostenible si uno pretende encontrar la paz interior.
Claramente, la forma en que usamos las redes sociales no es propicia para una buena salud mental. La conexión entre su incesante uso y la ansiedad es clara, tiene su atención médica, y necesita una exposición mayor. La situación actual debería servir como motivación para cambiar; los hechos no prometen mucho; las estadísticas relativas a las condiciones mentales son desalentadoras. Un buen punto de partida podría ser un replanteamiento general de nuestra relación colectiva con las redes sociales: ¿de qué manera nos sirve? ¿Qué tipo de comportamiento está fomentando? ¿Obtendríamos beneficios si moderásemos la cantidad de tiempo que le dedicamos? El problema no se va a resolver por sí solo; los gigantes de las redes sociales, hambrientos de beneficios, se asegurarán de ello, y la sociedad tiene la responsabilidad de proteger a sus generaciones más jóvenes; para asegurarse de que su futuro sea seguro. Por lo tanto, es de nuestra incumbencia reafirmar nuestros valores, de la forma en que nos gustaría que fuesen, y dejando de bailar al ritmo de la melodía del algoritmo cuyo afán es el dinero
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