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La Vida del Hombre Económico Racional
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La naturaleza evolutiva de la humanidad nos ha impulsado hacia lo más alto de la cadena alimenticia, pasando de ser una presa al mayor depredador del planeta. Hace tan solo 60.000 años, los seres humanos del Homo sapiens, insignificantes e inseguros, recorrían la tierra, siendo su existencia un factor de escasa trascendencia. La vida, como dijo Thomas Hobbes, era ‘desagradable, brutal y corta’. El rápido avance hacia el presente y la huella del hombre son dos factores evidentes, desde el comienzo del evento ‘antropoceno’ hasta asombrosos avances en tecnología - y una falta de consideración masoquista por nuestros ecosistemas.
Sin embargo, a pesar de saquear el planeta y poner en peligro nuestra existencia, todavía encontramos tiempo para la solidaridad y la caridad, traicionando una naturaleza aparentemente tan generosa como destructiva. Las oleadas de ese alentador sentido de espíritu comunitario y el acaparamiento del papel higiénico desencadenados por el coronavirus son eventos recientes que dirigen la atención sobre esta paradoja. Y ésto nos conduce a preguntarnos: ante esta paradoja, ¿qué significa ser humano, si es que significa algo?
Los filósofos parecen ser incapaces de aunar una respuesta común. De hecho, es escaso el consenso acerca de esta cuestión - excepto entre un grupo de economistas cuya influencia ha pasado a definir su disciplina. La siguiente historia cuenta cómo este pequeño grupo definió su propia respuesta a esta pregunta - la historia del hombre económico racional.
Su evolución
Ésta comenzó cuando 'El padre de la Economía', Adam Smith, escribió sobre la importancia del interés propio del hombre para conseguir que los mercados funcionen. No es la benevolencia del carnicero, cervecero o panadero la que nos mantiene alimentados, como explicó en su famoso libro La riqueza de las naciones; sino más bien, su egoísmo, su búsqueda del bienestar personal. Si bien reconoce la ‘generosidad, la justicia y el espíritu público’ como otros impulsores más nobles del comportamiento humano, es su concepción del egoísmo la que mejor se recuerda - convirtiéndose en el primer eslabón de la concepción del hombre según la economía.
Sin embargo, a pesar del egoísmo, el hombre - según Smith - seguía siendo hasta cierto punto impredecible. Por lo tanto, a los economistas se les negó una unidad de análisis distinta y fueron incapaces de modelar el comportamiento humano con mucha precisión, limitando su trabajo a una predicción aproximada. Lo que los economistas necesitaban era una constante, su propia versión del gen del científico, algo tanto sencillo como predecible. Fue así, con la mirada puesta sobre sus compañeros científicos, que comenzaron a definir la naturaleza humana (y la realidad) para satisfacer sus necesidades teóricas. Para acceder al método científico, primero tendrían que corregirlo.
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Starts 3 Feb at Wageningen University in Wageningen, Países BajosLa clave del éxito de este esfuerzo fue gracias al economista político John Stuart Mill, quien, a mediados del siglo 19, desarrolló el "homo economicus": una representación del hombre que añadía la pereza y el amor por el lujo al deseo de la riqueza fundado por Smith. Reconociendo que esta formulación pasó por alto 'la totalidad de la naturaleza del hombre' y, por lo tanto, derivó en que los hallazgos de la economía política fueran 'solo verdaderos... en lo abstracto', Mill afirmó que solamente a través de tal simplificación - desmoronando el comportamiento humano en un puñado de impulsos uniformes - se alcanzaría el verdadero potencial del ámbito en auge. Por esta razón, era un compromiso necesario.
Sin embargo, seguía faltando algo previsible y fiable - y para eso su concepción de la naturaleza humana necesitaba un mayor ajuste. Al esbozar su ‘hombre calculador’ a finales del siglo 19, el economista William Jevons debidamente agradecido, le otorgó al hombre una capacidad de cálculo implacable e infalible de la satisfacción personal. Veía al individuo como un buscador insaciable de la utilidad. Aunque la satisfacción derivada de una actividad se pudiese agotar - debido a la ley de rendimientos decrecientes - Jevons afirmó que nunca se podría alcanzar la saciedad general; ya que a medida que el hombre ‘progresa’ (se hace más rico), también se amplía el conjunto de sus deseos. El individuo en esta interpretación es continuamente codicioso, carente de afinidad social, y esclavo de su necesidad de tener que consumir constantemente.
Durante el periodo de entreguerras, Frank Knight, antiguo economista en la Universidad de Chicago, agregó el ‘conocimiento perfecto’ a este ya improbable conjunto de aspectos, y el interminable calculador se convirtió en el interminable conocedor. El hombre económico racional es ahora capaz de comparar todos los productos y precios a través de todos los periodos de tiempo. Con esta salida hacia la ficción, la reflexión de la economía sobre la naturaleza humana estaba completa, y se habían dado los toques finales a una unidad de análisis ahora preparada para la teorización matemática. El hombre económico racional, tal y como aparece en nuestros libros de texto de economía, había nacido.
Desde su concepción, su vida ha sido por lo general encantadora, aguantando las críticas éticas y siendo apoyado por la opinión popular del siglo 20 que defendía que los recursos eran esencialmente inagotables. Y en cualquier caso, de acuerdo con el comentario de Milton Friedman en la década de los 60, importaba poco si la abstracción económica del hombre era exacta. La economía funcionaba, y la gente se comportaba acorde a ello - ¿cuál era el problema entonces?
Su caída
Eso pronto quedaría claro. A lo largo de los años, el hombre económico racional consiguió plantear progresivamente tanto los objetivos del diseño de políticas como los medios. El éxito apareció cuando más dinero gastó, satisfaciendo sus innumerables deseos, y el fracaso ocurrió cuando gastó menos. Por ello mismo el comportamiento responsable podría verse persuadido por incentivos financieros, conocidos como ‘políticas basadas en el mercado’, y el mal comportamiento por la regulación financiera. Era una mentalidad exhaustiva, seductora en su sencillez, llegando a reflejarse en la lógica de gobierno de los partidos tanto de izquierda como de derecha a medida que avanzaba el siglo 20.
Pero los humanos responden a algo más que palos y zanahorias. Simplemente no es posible establecer un soborno fiscal por cada buen acontecimiento que tenga que ocurrir, ni un azote regulador para erradicar todo lo malo. Gran parte de nuestro mundo moderno está cimentado sobre estos incentivos, y mira alrededor: es un mundo definido por una emergencia climática, un consumo excesivo y una desigualdad global. En un punto en que necesitamos compasión, colaboración y control, la economía se basa muy a menudo en una concepción del hombre definida por el egoísmo, la indiferencia y la codicia. El hombre ya no es adecuado.
Y nunca lo fue. Como el escritor Johnathon Rowe resumidamente concluyó: ‘el hombre económico racional no es el resultado de un desapasionado análisis de la naturaleza humana... es el resultado de un deseo de influir...[y fue] diseñado en un tiempo pasado’. Dada la magnitud de los desafíos a los que nos enfrentamos, es hora de un reinicio. Necesitamos un nuevo enfoque para canalizar nuestras energías hacia las necesidades humanas, uno que reconozca la complejidad del ser humano - por indefinible que sea - y aprecie nuestra dependencia del mundo natural, la reciprocidad y la comunidad.
Los movimientos hacia la economía conductual son positivos. Pero el hombre económico racional sigue siendo, especialmente en EE. UU, un elemento básico de los libros de texto y la base de la política, reflejando la estima persistente en la que todavía se le tiene. Mirando hacia un futuro posterior al COVID, si la economía quiere alcanzar la credibilidad que tanto desea, esa estima se tiene que extinguir.
Este artículo apareció por primera vez en la Guía de INOMICS 2021, la cual puedes descargar desde nuestra página web.
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