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Deflación
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La deflación describe una reducción general en el nivel de precios de bienes y servicios en una economía. Dicho de otra forma, la deflación es la inflación negativa; para los lectores menos familiarizados es aconsejable echar un vistazo a la Inflación primero.
A primera vista, la deflación puede parecer una buena situación. Una caída en los precios se refleja en un aumento del poder adquisitivo del dinero en la economía. Es decir, la misma cantidad de dinero permite comprar más bienes y servicios. Sin embargo, la deflación normalmente se debe a una economía en deterioro, surgiendo junto a un aumento del desempleo, recortes salariales, y una caída en los beneficios de los negocios.
Los factores de la deflación
Los economistas distinguen entre tres causas centrales de la deflación:
La deflación impulsada por la demanda
La causa principal y más problemática de la deflación es una reducción en la demanda agregada (AD) en respuesta a una recesión económica grave – o a una anticipación de la misma. Si los consumidores anticipan que el empleo y los ingresos sufrirán una caída, responderán consecuentemente mediante una reducción del gasto (la curva AD se desplaza hacia dentro). Frente a esta disminución en la demanda, las empresas reducirán la oferta agregada (AS) y disminuirán los precios compitiendo así para menos clientes.
En este escenario, la deflación se puede volver fácilmente cumulativa, creando una espiral deflacionaria que puede intensificar la crisis económica. Si los clientes retrasan las compras anticipando una mayor caída en los precios, esta reducción en el gasto provocará que los precios disminuyan, lo cual incitará más a esperar y a más caídas en los precios.
La deflación impulsada por la oferta
Por el contrario, la deflación “buena” o “benigna” puede tener lugar cuando la oferta agregada de bienes y servicios aumenta a una velocidad mayor que la demanda agregada, causando una caída en los precios. Ésto puede ser debido a una disminución en los precios de los factores de producción claves, o a avances en tecnología causando rápidas mejoras en la productividad (la curva AS se desplaza hacia fuera). En este caso, la deflación puede ser consistente con mayores tasas de crecimiento económico.
Deflación monetaria
Una reducción en la oferta de dinero puede contribuir también a la deflación. Por ejemplo, si la tasa de interés aumenta durante un periodo de recesión económica, ésto reduciría aún más el gasto del consumidor. Por el contrario, aumentar la oferta de dinero mediante una reducción en la tasa de interés puede contrarrestar la deflación.
Como consecuencia de la crisis financiera de 2008 y la pandemia del COVID-19, muchas economías avanzadas presentaron tasas de interés en niveles mínimos récord con el objetivo de estimular el crecimiento. Sin embargo, esta situación marcada por los bajos tipos de interés significa que los bancos centrales no pueden continuar reduciendo la tasa de interés en caso de presiones deflacionarias. Ésto ha supuesto una mayor preocupación con relación a las situaciones con tasas de interés bajas, prevalentes en muchas economías avanzadas después de una crisis, y es una de las razones con las cuales los bancos centrales justifican volver a aumentar las tasas de interés.
Conviene saber
Los periodos de deflación prolongados son poco frecuentes, la mayoría ocurriendo en escenarios de recesiones intensas. Por ejemplo, en Estados Unidos, los precios disminuyeron considerablemente durante la Gran Depresión, particularmente entre los años 1930 y 1933. Ésto fue debido a una combinación de factores, incluyendo una sobreproducción en la agricultura en la década de 1920, una caída en la demanda agregada, un desempleo creciente cuyo máximo alcanzó el 25%, además de una reducción en la oferta de dinero a causa de la quiebra de determinados bancos.
Un extraordinario ejemplo de una deflación crónica es Japón. Este país ha sufrido una deflación moderada, aunque prolongada, durante más de dos décadas, desde mediados de los 90. Durante los años 70, Japón fue la segunda economía más grande del mundo después de Estados Unidos y, a finales de los 80, tomó el primer puesto en términos de producto nacional bruto per cápita mundialmente.
Sin embargo, a principios de los 90 Japón entró en un significativo periodo de desaceleración económica, caracterizado por la deflación y un bajo crecimiento, que fue conocido como la “Década perdida”. El impacto inicial estaba relacionado con la especulación que alimentaba al mercado de valores y a las burbujas del mercado inmobiliario que eventualmente explotaron, dando lugar a una crisis de deuda y a varios rescates estatales.
El Banco de Japón ha estudiado diferentes medidas para revivir la economía nacional mediante políticas monetarias expansivas. Adoptó una política basada en bajar los tipos de interés a cero en 1999 e introdujo una expansión cuantitativa – un tipo de política monetaria que inyecta liquidez en el sistema financiero mediante la compra de bonos del Estado – en 2001, por delante de otros bancos centrales.
Sin embargo, estas medidas no consiguieron crear una confianza del consumidor ni del mercado. Las expectativas de inflación permanecieron bajas, los consumidores continuaron ahorrando, y la actividad económica y los precios permanecieron relativamente estancados. La enorme deuda nacional de Japón, ascendiendo a niveles por encima del 200 por ciento del PIB, es normalmente considerada uno de los principales problemas que contribuyen a la persistencia de esta situación.
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